Frijoyera

Amada leguminosa, protagonista de cuentos de hadas y platillos alrededor del mundo, el nutritivo fríjol tiene una ignorada faceta ornamental que ha brotado en las pasarelas más emperifolladas.

POR Xandra Uribe

Enero 27 2021
Tríptico

Fotografías de byXan

 

Cuando estaba chiquita, la bandeja paisa de los jueves donde mi abuelo era sagrada. Y durante los veinte años que viví en Estados Unidos, o me preparaba yo misma los fríjoles, o iba a algún restaurante colombiano y pedía una bandeja. Aun así, la primera vez que miré un fríjol detenidamente fue a mis 44 años, en la granja de unos amigos en Portugal. Ivone era una maga en la cocina, cada plato suyo sabía mejor que el anterior, como preparado por los dioses. Pero hubo uno que en mi vida había probado y mi cara de sorpresa lo dejó claro. “Paté de feijão!”, exclamó Ivone. Luego, con cierto orgullo y algo de misterio, mientras abría las puertas de un armario, agregó: “Quer ver a minha coleção?”. Como piedras preciosas, cada fríjol era igual o más hermoso que el otro. Unos parecían almendras, o piedras de río. Otros eran de color amarillo brillante, como zafiros. Otros negros, como el onix. Había unos pecosos, como pintados por Jackson Pollock. Fue tanto mi asombro que, al despedirme, Ivone me regaló un puñado de cada fríjol de su colección para que los sembrara a mi regreso.

Desde el día en que volví a Colombia, me dediqué a indagar sobre estas joyitas preciosas. Aprendí que en el mundo hay casi 38 mil variedades, y que existe un sitio dedicado a conservarlas: el Centro Internacional de Agricultura Tropical (CIAT), ubicado nada más y nada menos que en Palmira, Valle del Cauca. En este santuario conocí a Daniel Debouck, botánico belga que ha dedicado cuatro décadas a recorrer el continente americano recolectando variedades criollas en cada lugar. Su gran descubrimiento es que los fríjoles son la única comida inicialmente valorada no como alimento sino como símbolo. Algunas culturas los usaban para decorar el cuerpo, otras como amuletos, dados, fichas, y hasta como moneda de cambio. Incluso se usaban como balotas de votación. La fascinación de la humanidad por estas semillas empezó por lo estético.

Ver nacer una enredadera, con flores lilas, rojas, rosadas o blancas, de la cual brotan vainas hasta con doce fríjoles de todos los tamaños, formas y colores, es todo un milagro. Su diversidad y belleza son sobrecogedoras. Me recuerdan el papel que el hombre, con su habilidad de seleccionar los fríjoles más hermosos, ha jugado en la conservación de una u otra especie. Con esto en mente, nació en mí la idea de convertir los fríjoles de nuevo en joyas. Volver a la raíz, pensé, retomar la práctica ancestral de transformarlos en adornos, sería la mejor forma de recuperar su valor cultural.

Pero no era joyera. Así que recurrí a uno, Andrés Caro, colombiano con experiencia en la técnica precolombina de la cera perdida. Le pedí que me ayudara a diseñar algo simple, que reflejara y potenciara las naturales virtudes estéticas del fríjol. Decidimos hacer moldes de fríjoles en bronce bañados en oro de 24 quilates, y entretejer el resultado con hilos de cumare, fibra de una palma amazónica. Los fríjoles reales y dorados, el tejido manual de una planta endémica, todo hace parte de nuestra abundancia natural y cultural.

Hoy, mujeres no solo en Colombia, sino en las calles de Nueva York, Jaipur y París, lucen fríjoles con el mismo orgullo que sus perlas y diamantes. Estas joyas de la humanidad han aparecido en pasarelas de moda, y hasta en una portada de Vogue. Pero mi relación con ellos sigue siendo la misma.

Cuando abro una vaina esperando encontrar un zafiro amarillo, y me sorprende uno pintado con manchas tipo Pollock, pienso en Gregor Mendel. Este naturalista descubrió los principios de la genética haciendo lo mismo que yo ahora, jugando con frijolitos. Miro la belleza y perfección de un pallar y aparece en mi cabeza la imagen de un chamán moche adivinando el futuro con estas semillas sagradas. Cuando veo un fríjol dorado, pienso en nuestros ancestros muiscas, para quienes el oro reflejaba la esencia luminosa del sol. Y claro, este cuento me recuerda a mi abuelo, su legado, todo lo que significa ser paisa. Cada vez que meto mis manos en la tierra es como si estuviera recuperando el tiempo que viví lejos de ella.

ACERCA DEL AUTOR


Xandra Uribe

Es la creadora y diseñadora de byXan, una marca de accesorios y piezas de diseño creados con fríjoles. En redes la encuentran como @byXan.co y @frijolatorio.